Discurso de Gabriel Rufián en el debate de investidura en el Congreso de los Diputados (29/10/2016)
Los discursos de la “vieja” política eran criticados por ser aburridos y carecer de espontaneidad. Pero han sido sustituidos por algo peor: lugares comunes precocinados en Twitter.
Alguien tendría que explicar a Rufián, Garzón, Iglesias o Rivera que con 140 carácteres no basta. Que soltar en un púlpito cuatro frases que cualquiera de nosotros puede decir mientras nos tomamos una cerveza con los amigos, no es ser un genial orador que restrega “verdades” en las narices del “enemigo”.
Al discurso político se le debe exigir contenido, no chascarillos y exabruptos; coherencia discursiva, y no un lanzamiento indiscriminado de tonterías.
Desconfiemos de los discursos heróicos, que son la antesala de un populismo que está corroyendo las democracias de muchos países europeos. Critiquémoslos, no según si lo que han dicho nos mola o no. Preguntemos… ¿por qué lo ha dicho? y ¿qué es lo que se ha callado? Es decir, analicémoslos independientemente de que se traten de discursos de izquierdas o derechas, de la “vieja” o “nueva” política.