Probablemente el paso del politeísmo al monoteísmo supuso un cambio radical en la aprehensión de la realidad y de lo verdadero. El politeísmo está construido desde una mítica coral donde incluso los dioses cometen errores, despistes y pueden ser hasta engañados por los humanos. La noción de verdad en aquellas mentes debía ser amplia, abierta y escurridiza. El infinito era el no-ser, el marasmo bajo el cual toda la creación podía ser destruida, y al cual ni siquiera los dioses tenían acceso; incluso tal vez ni siquiera esos dioses aspiraban a una eterna infinitud. Todo era concreto, limitado, y tanto la vida como el pensamiento se manejaban en ese espacio y ese tiempo.
El monoteísmo edifica un dios todo-poderoso, contenedor de una Verdad, verdad no contradictoria. Al contrario de los tiempos del politeísmo, el dios monoteísta es perfecto, no comete errores y tiene una omnisciencia de todo lo que sucede en el universo. Éste es finito, limitado, al contrario que el dios, que es infinito. Por primera vez el infinito deja de no-ser y se convierte en un atributo divino: dios transforma el caos en cosmos. Existen tal vez ciertas coincidencias entre la mística monoteísta y la filosofía aristotélica, pues ambas reconocen que sólo hay una verdad. Ensalzan el principio de no-contradicción: en la religión monoteísta, a través de la Palabra de su dios, revelada por él mismo a los profetas; en la filosofía clásica, a través de la lógica y la matemática.
Mística monoteísta y aristotelismo constituyeron el embrión ideológico de la Iglesia Romana, que hoy en día todavía pervive bajo el nombre de catolicismo. En ella, el pobre mortal no tiene acceso directo a la Verdad, pues ésta es un privilegio divino. Tan solo unos pocos, los elegidos por el Señor, tienen el derecho de leer e interpretar las Escrituras donde están redactadas las voluntades divinas. De cierta manera, la Verdad queda fuera del ámbito de vida de la sociedad, es algo ajeno a ella, inaccesible. Quizás en una sociedad sometida a esta ideología de Verdad no exista una presión excesiva por alcanzarla. Los esfuerzos del día a día se destinan a salir adelante en el mundo de lo concreto y lo limitado. Por lo tanto, a pesar de que la Verdad se condensa en un único dios, la sociedad monoteísta no la busca: es capaz de diferenciar una verdad abstracta, absoluta, externa e ilimitada (Verdad) de otra concreta, parcial, propia y limitada (Validez). La Verdad influye sobre la Validez, pero ambas presentan una existencia independiente.
La Modernidad supuso una transformación de la ideología de la Verdad. Por una parte, a través de la reforma luterana, el pueblo va a acceder a la lectura de las Escrituras en lengua vernácula. Como Prometeo hizo con el fuego, Lutero entregó a los mortales la interpretación de la palabra revelada, o lo que es lo mismo, el derecho discernir de modo autónomo las naturalezas del Bien y del Mal, de la Verdad y de la Mentira. Por otra parte, los movimientos filosóficos modernos establecieron la razón como único instrumento de aproximación a la Verdad. El cogito cartesiano es toda una declaración de intenciones: “Pienso, luego existo”. El ser humano puede (y debe), a través de las herramientas que le ofrece la mente, buscar esa verdad abstracta, absoluta, externa e ilimitada, que en la Antigüedad era patrimonio exclusivo de los dioses.
La verdad antigua perdura en la Modernidad. Verdad abstracta, absoluta, ilimitada. Verdad sólida. Verdad que en la Antigüedad se situaba en el exterior del ser humano. Verdad que la Modernidad trata de fagocitar y alojar en el interior de nuestras mentes. El cambio fundamental del pensamiento moderno frente al antiguo sería ese intento de apropiación de la Verdad por parte de la razón moderna. Los antiguos aceptan su incapacidad de someter a la Verdad, y la ceden a los dioses. Los modernos creen que, aunque externa e independiente al ser humano, la Verdad podrá llegar a ser dominada algún día a través del conocimiento.
La voluntad de Verdad va ser decisiva en la historia del pensamiento y, por ende, en la constitución de nuestras sociedades. Porque en la Antigüedad el ciudadano (o súbdito) se desentendía de la necesidad de Verdad. Ciertamente estaba gobernado por ella; pero ésta no pertenecía a ese mundo: su mundo. Los objetivos de la cogitación antigua eran más prosaicos: la adecuación de los actos y los pensamientos a la realidad vivida, con independencia de su veracidad. Poco importaba al antiguo si sus reflexiones resultaban ser verdaderas o falsas: eso incumbía a los dioses. Imperaba el discurso de lo válido. En la Modernidad la razón acapara la Verdad y la traslada al interior, cerca de donde reside la Validez, hasta el punto que ambas se confunden, si es que no se fusionan. Por una parte, lo que antes era una idea válida, adecuada a las circunstancias sociales e históricas vividas por la persona, ahora debe cumplir, además, criterios de verdad no contradictoria. Por otra parte, surge la visión de Verdad como “validez perfecta, universal, no contradictoria, adaptada a todo ser humano, toda sociedad, todo momento histórico”. Así, la Validez sucumbe al imperio de la Verdad.
Pero llegará pronto el desencanto postmoderno: la razón muestra su incapacidad de alcanzar un conocimiento absoluto, no contradictorio. Siempre quedarán vastas regiones de la Verdad que, tal vez, nunca llegarán a ser comprendidas racionalmente. Pero en vez de encajar deportivamente la derrota, el pensamiento postmoderno se obstina en sus planteamientos: si no se es capaz de alcanzar la Verdad a través de la razón es porque, muy probablemente, ésta no exista. El pensamiento postmoderno no desliga Verdad y Validez, sino que niega la existencia de la primera. La Validez, por lo tanto, es la única medida, el único juez, de nuestras cogitaciones.
Las salidas a la Postmodernidad son dos: o recuperar la indolencia politeísta, en la que no existe una Verdad, sino cientos; o recuperar para la Verdad ese espacio exterior, del que gozaba durante el monoteísmo, y que fue violado por el culto a la razón de la Modernidad. Una Verdad no grabada en Sagradas Escrituras por voluntad divina, no revelada, no revelable, sin propietario. Aceptar que todo intento de aprehensión de la misma ofrecerá resultados parciales, incompletos, contradictorios, con posos de no-verdad. Liberar la Validez, esto es, las ideas útiles en sociedad, del yugo férreo del principio de no contradicción. Devolverle su ámbito de presencia, allá en el interior de nuestras mentes. Al fin al cabo, hacer uso de esa búsqueda de la Verdad, de esos frutos excelsos aunque no perfectos de nuestra razón, para enriquecer nuestras cogitaciones, amejorar su validez, sin que ello conlleve la servidumbre a la que, todavía hoy, sigue atada.
[…] La virtud del área de consenso es que rompe con el esquema monoteísta-aristotélico acerca de la Verdad, así como el afán moderno de fagocitarla. El área de consenso deja fuera-de-nosotros la Verdad, tal como sucedía en los tiempos de los antiguos. Pero, además, tolera la construcción en-nosotros de verdades, quizás no tan absolutas, pero sí tan necesarias (¡o más!) para el buen discurrir del pensamiento. Exige tolerancia con las ideas del Otro, siempre y cuando la verdad sobre las cual éstas reposan se sitúe en una órbita a la Verdad Absoluta similar a la nuestra. Vuelta, por lo tanto, al pensamiento politeísta, a la aceptación de que los dioses a los que adoramos no son perfectos, …. […]
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[…] definidos y diferenciados en la Antigüedad, eran mezclados y fusionados por las teorías modernas: lo útil debería ser, además de útil, universalmente verdadero; esto es, no contradecible. Cómo el criterio de autoridad, que era la base a partir de la cual se construía todo saber […]
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[…] sino que una nueva veracidad, igual de parcial que la de cada una de sus partes. Es por ello que nuestra aprehensión de las cosas y las ideas externas no se maneja en términos de verdad-mentira, espectro de veracidad muy restringido y limitado, tal vez solo válido para estudios de […]
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[…] en el que, en una definición, se introduce una escala de grises, complica tanto su lectura como su no-contradictoriedad. Y, así, el mundo de la política, donde una nueva concepción territorial se venía de imponer […]
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